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Tu perro podría haber comido…¡perro!

La ley permite que los perros y gatos puedan ser alimentados con los restos de otros animales de su misma especie.

La normativa española que regula la alimentación de los animales, aprobada en el Real Decreto 1528/2012, permite que los animales de zoológicos, de circo, los que están en manos de cazadores y los que viven en refugios y perreras (entre otros) sean alimentados con «animales o partes de los mismos que murieron sin ser sacrificados para el consumo humano, incluyendo los sacrificados para el control de enfermedades, los fetos, ovocitos, embriones y esperma no destinados a la reproducción y las aves de corral muertas en los huevos «. Este redactado abre la puerta a que los fabricantes de pienso puedan utilizar, entre otros restos, los cuerpos muertos de otros gatos y perros para producir la comida que luego venderán para alimentar a los gatos y los perros que cumplen los requisitos mencionados.

Los refugios y las perreras, en algunos casos, utilizan este tipo de pienso de peor calidad ya que no dan abasto con tantos animales bajo su protección. Su trabajo es ejemplar y absolutamente necesario en un país donde cada año se abandonan más de 140.000 gatos y perros, según las cifras del estudio que cada año elabora la Fundación Affinity. A pesar de estas dificultades, cada vez son más los refugios y perreras que, conscientes de los problemas que esta alimentación puede acabar provocando en los animales, ya han buscado alternativas. Algunas destinan recursos propios para poder comprar pienso de mayor calidad y otras, incluso, como es el caso de Canópolis, en el Garraf, cocinan la comida ellos mismos para evitar la alimentación prefabricada.

El pienso de bajo precio (y de peor calidad) permite alimentar más animales pero genera un círculo perverso: mientras se pueda obtener beneficio económico con los cuerpos de los animales muertos, habrá intereses en que se mantenga el sacrificio animal en todo el Estado. Actualmente, el sacrificio 0 sólo se aplica en Cataluña, Galicia y Madrid. El resto de comunidades siguen sacrificando a los perros que consideran que no pueden mantener. Además, es imposible preguntarse si, aunque sea legal, es correcto y ético que exista una categoría de alimentos de inferior calidad que permita alimentar a cualquier animal con los restos de otros miembros de su misma especie.

La polémica normativa española no vulnera las directrices europeas que regulan lo que se conoce como Subproductos de Origen Animal No Destinados al Consumo Humano (SANDACH). El texto divide en tres categorías diferentes todos los SANDACH y determina en qué casos se pueden usar los alimentos de cada apartado. La primera categoría, por ejemplo, es la más delicada porque incluye la carne y piel de animales que han muerto por alguna infección o fruto de la experimentación. En la segunda categoría están los animales sacrificados sin estar enfermos, además del estiércol y el guano, así como los restos de los mataderos. Finalmente, en la tercera categoría están los restos de animales muertos durante la caza o en mataderos que serían aptos para el consumo humano pero que no se comercializan. También se incluyen cabezas de aves de corral, plumas, cuernos, placentas y los pelos de los cerdos o de la cola de los caballos, entre otros. Los alimentos generados de las categorías 2 y 3 son los que se pueden usar para fabricar pienso para los perros y gatos de perrera y refugio, así como por los que viven en los zoológicos, los circos o están en manos de los cazadores.

Los restos del matadero

El pienso que se puede comprar en las tiendas, en cambio, el de las marcas más famosas que comercializan comida para animales de compañía, no se puede elaborar a partir de los alimentos de la segunda categoría, pero sí con los de la tercera. Es decir, la ley permite que el pienso de la mejor calidad esté hecho a partir de plumas, cuernos, pelos y otros restos de los mataderos. «Todo lo que proviene de subproductos se entiende como un ingrediente de dudosa calidad y un potencial peligro para la salud de los perros, sobre todo si forma parte de su alimentación habitual», advierte Gemma Knowless, autora del libro «Cocina sana para tu perro «, editado por La esfera de los libros. «Barren los suelos de los mataderos y los restos donde se mezclan defecaciones, orina, sangre, pezuñas, picos, piel, plumas, etc., se ponen en unos contenedores que recogen los fabricantes de harinas de carne para piensos», continúa Knowless en su libro, donde recomienda la cocina hecha en casa para alimentar nuestros animales.

La experta en nutrición animal Mónica González Tovar denuncia que en los sacos de pienso fabricados en Estados Unidos se pueden encontrar incluso «restos de otros gatos y perros y de collares antipulgas o chips de identificación». En declaraciones a Animalados, advierte que «el problema del pienso es que nunca sabemos lo que están comiendo los animales». Desde su punto de vista, la parte más negativa de esta situación es que el marketing de los fabricantes de pienso ha logrado convencer a los consumidores: «Nos han hecho creer que les estamos dando lo mejor y no es así», dice. «El pollo cuesta dos euros el kilo y tú estás pagando a nueve euros el kilo para un pienso que la mitad de lo que lleva es azúcar «, advierte.

Las dos expertas coinciden en señalar que esta mala alimentación ha provocado que se disparen las enfermedades entre los perros. «Los perros ya son el mamífero con mayor índice de cáncer», lamenta González Tovar. Desde su punto de vista, es una buena noticia que cada vez haya más consumidores que opten por la comida conocido como BARF, que consiste en una dieta cruda. Más adelante, desde Animalados, publicaremos un nuevo artículo explicando cuáles son las mejores alternativas al pienso de los grandes fabricantes.

Saltando las vallas de la injusticia

Por mí se va, a la ciudad doliente;

por mí se va, al eternal tormento;

por mí se va, tras la maldita gente.

Canto III, Vestíbulo, La Cobardía, La Divina Comedia de Dante Alighieri

 

El domingo por la noche el equipo de Salvados cruzó una de las puertas del infierno. Un infierno de cemento, alhambre, suciedad. Un infierno diseñado y mantenido por el hombre. Un infierno tolerado por éste.

Saltaron la valla que separa físicamente este espacio de dolor del resto del mundo. Pero también saltaron la valla que les y nos separa emocionalmente.

La tarea del periodismo es mostrar la realidad del mundo, para que sea modificada cuando ésta sea injusta y cruel. Del mundo, no sólo de una pequeña parte de él.

La luz de la cámara enfoca en mitad de la oscuridad la mirada de otro ser, igual a mí en su derecho a vivir, al que reduzco a su peso en carne, a su peso en monedas. El micro de la cámara recoge sus gritos de terror y agonía. No hace falta hablar su idioma para traducir el mensaje de socorro.

Jordi Évole y todo su equipo nos han mostrado las miserias que esconde, o ni siquiera se esmera en esconder, el sector cárnico. Animales maltratados hasta su muerte. Trabajadores explotados y ninguneados. Ilegalidades toleradas que dan altos réditos a los que no se ensucian los zapatos.

Para aquél a quien la mirada del cerdo no le acabe de convencer, están también los datos. El 99% del cerdo es industrial. 7 millones de cerdos mueren en las granjas antes de llegar a los mataderos. La producción del 84% de los medicamentos en España va destinada a los animales de consumo. Se consumen 46 millones de cerdos al año. Existen 90.000 granjas de cerdos en España. Sólo 155 son ecológicas.

Números, números con muchos ceros. Cero, la importancia que la mayoría de las personas dan a la vida y bienestar de estos animales. De la mayoría de animales, incluida la especie humana.

«Son monstruos» exclama Évole en el interior de esa sala de la barbarie al contemplar algunos individuos deformes. No Jordi, aunque entiendo tu expresión, déjame que te corrija. Monstruos son los que los mantienen así, cautivos y moribundos.

Gracias compañeros, gracias por este reportaje. Mucho camino queda por delante, mucho. Pero el domingo por la noche, al entrar por las puertas del infierno no dejastéis fuera la esperanza.

Sílvia Esteve

No es un cerdo, ni un supercerdo: es Okja

 

«Quizás llegue el día en que el resto de los animales adquieran los derechos de los que nunca pudieron ser privados excepto por la mano de la tiranía.» Jeremy Bentham

 

A aquellos a quienes no han llegado los documentales, que no se han sentido apelados por los millones de imágenes que inundan las redes sociales de maltrato y muerte, que dicen «no me lo cuentes, no quiero saberlo», o esto no quiero verlo. A ellos, a muchos de ellos, Okja les ha puesto delante, y sin que lo vieran venir, la cruda realidad. Cruda por impactante y sin edulcorantes, y cruda porque su protagonista, Okja, es un supercerdo vivo, no cocinado, no convertido en chuletas ni salchichas.

Bong Joon-ho ha sido capaz de revelar lo oculto, lo disfrazado y maquillado por la industria cárnica, gracias al arte. Gracias a la ficción. Bong Joon-ho, como los libros de Roger Olmos, están cambiando las historias para niños. Ni el lobo es el malo, ni el gato el traidor, ni las vacas dan leche apaciblemente y de la nada.

A la industria cárnica se le está acabando el cuento. Por muchos colorines con los que quieran pintar sus campañas publicitarias.

Ambos autores recurren para ello también a la infancia. Y la infancia en femenino. Tanto Okja como Amigos nos presentan a las nuevas heroínas: las niñas. Ellas no tienen superpoderes. No pueden volar, ni congelar el agua. Su poder, su fuerza, es su capacidad para amar, para no dejarse influenciar por el mundo ya gris y falso de los adultos.

Ese mundo que ya no juega, que ya no ve, ese mundo que ama más el verde de los billetes que el de los árboles. Que prefiere una figurita de un cerdo de oro a uno de verdad. Ese mundo que tiene precio pero no valor.

¡Cuánto perdimos cuando te perdimos, infancia!

Pero no sólo es mujer Mija, nuestra niña, también Okja, símbolo de la explotación de los animales, de las mujeres, y de ambas. Vendidas, intercambiadas, violadas, explotadas. Apartadas de sus hijos. Convertidas en productos.

Y mujer tambén es su explotadora principal, Lucy Mirando. La empresaria sin escrúpulos, que es capaz de venderse a ella misma y de tiranizar a las de su propio género.

Valiente el film del director coreano, que nos va poniendo sobre la mesa un plato de barbaridades tras otro. En un menú que se atraganta al que se reconoce partícipe de su elaboración.

No ha sido una cámara en un matadero, no han sido imágenes en vivo y en directo, lo que nos ha traído Bong Joon-ho. El director no ha necesitado esta crudeza para hacernos ver lo real. La genialidad de Joon-ho y su film es que nos ha hecho entrar a nosotros mismos, nos ha hecho ver a través de los ojos de un animal lo que le ocurre, lo que les hacen. Nos ha puesto en la piel de Okja, en la piel de los millones y millones de animales no humanos que pasan por estos lugares cada día, cada segundo.

Hemos acompañado a Okja, como acompañaríamos a un prisionero humano, siendo conscientes de que su sufrimiento es igual al nuestro.

Bong Joon-ho y todo su equipo han lanzado el ataque más fuerte en años a la industria cárnica y ganadera con un arma contra la que no tienen escudo: el amor, la empatía, la comprensión.

Y no solo Bong Joon-ho sino la misma Netflix, gracias a su plataforma de distribución digital a domicilio, ha hecho posible que haya entrado directo a nuestros hogares, a nuestros dispositivos electrónicos.

Si has conocido a Okja, si te has enamorado de ella, y has llorado a su lado, atrévete ahora a conocer las historias de sus congéneres, que no son seres anónimos ni simples, que no son números ni sólo carne. Atrévete a conocer a aquellos de quienes, en palabras de la magnate Mirando, «se come todo, menos sus gritos».

 

Sílvia Esteve

Okja dirigida por Bong Joon-ho

El primer peldaño: la Empatía

 

«Una vez que volvíamos a pie desde Moscú, unos carreteros que venían de Serpújov y que se dirigían al bosque de un mercader a por leña, se ofrecieron a llevarnos. Era jueves santo. Yo me senté en el primer carro junto al carretero, un campesino fuerte y tosco, con la cara roja, que era evidente que bebía mucho. Al llegar a un pueblo vimos que, en un extremo, sacaban de un patio a un cerdo a rastras. Cebado, desnudo y de piel rosácea, iban a matarlo. Chillaba con desesperación, parecía un grito humano. Justo cuando pasábamos por delante, empezaron a degollarlo: un hombre le rajó la garganta con un cuchillo. El cerdo chilló aún más fuerte, con una voz aún más estridente, pero logró zafarse y salió corriendo, bañado en su sangre. Como soy miope y no veo con detalle, solo pude distinguir el cuerpo del cerdo, rosado como el de una persona, y oír sus chillidos desesperados. Sin embargo, el carretero sí lo vio todo y no apartó de allí la mirada. Atraparon al cerdo, lo derribaron y acabaron de degollarlo. Cuando los chillidos cesaron, el carretero suspiró pesadamente y dijo: «¿Es posible que nadie responda por esto?» El primer peldaño, Lev Tolstói 189, Kairós 2017

 

126 años. Tiempo, mucho tiempo, y paradójicamente parece ser que nos encontramos en el mismo punto. O quizás no. Quizás los dos polos se hayan alejado todavía más, el extremo de lo compasivo y el extremo de lo cruel.

Si es cierto que el número de personas que están tomando consciencia y, lo más importante, que están cambiando sus hábitos crece, también lo es que las atrocidades cometidas contra los animales (humanos incluídos) no sólo no han menguado, sinó que son, en muchos casos, todavía peores gracias a las mejoras en tecnología y, muy importante, la ocultación de estos hechos al gran público.

Ojos que NO QUIEREN ver, corazón que no siente.

En ambas obras, escrito y documental, asistimos a dos procesos de cambio. Una, autodidacta e imbuida por un fuerte sentimiento religioso, que no eclesiástico, y el otro guiado por una mentora vegana que va mostrando al escéptico omnívoro los motivos y razones por las que merece la pena abandonar la alimentación y uso animal.

126 años y sorprendentemente las dudas, miedos, reproches, ataques entre las diferentes posturas son las mismas: ¿Es sano? ¿Es correcto? ¿Es natural para nuestra especie?¿Qué relación debemos mantener entonces con los otros animales?

Si Tolstói nos hablaba de un buen cristiano, del ideal de acercarse más y más a la perfección moral de la divinidad, en el documental veremos cómo pesará más la figura del individuo, de su propia decisión, con sus propias consecuencias. No habrá un dios que te premie, tampoco uno que te castigue.

Diferentes referentes pero un mismo mandamiento «No matarás». Más allá incluso, no causarás sufrimiento.

¿Cómo digerir que nuestras vidas impliquen tantas muertes?

Ed comenta a Carla Cornellà, fundadora de FAADA en un momento del film: «Tenéis la batalla perdida». Y Carla responde: «No es una batalla».

Se trata de convencer, no de vencer. Y sí, cuesta mucho más lo primero que lo segundo. Estamos a 2017 y seguimos bombardeando con armas químicas a niños.

Tolstói tendrá acceso al matadero de Tula, y podrá ver son sus propios ojos las muertes de los bueyes y las vacas. No sólo su muerte, si no su sufrimiento.

A la productora se le denegará en repetidas ocasiones este acceso. Recordemos: 1891-2017. El esfuerzo por ocultar la barbarie es mucho mayor cuanto más se teme por los efectos de esta visibilización.

Si los mataderos tuvieran paredes de cristal… Bueno, quizás muchos seguirían mirando para otro lado, otros podrían verlo y seguir comiendo carne. ¿Pero cuántos cambiarían de parecer? Muchísimos. Aunque debemos tener en cuenta que no sólo se hace frente a «la necesidad de comer animales» sinó también al poder del «placer de comer animales». La «glotonería» como la definirá Tolstói. Los humanos somos una especie que se desvive por el placer. Y para ilustrarlo recordad la cara de Ed cuando cocina la tortilla vegana, su gran miedo en ese momento es ¿sabrá bien?

Tolstói entendía el vegetarianismo como un primer paso, el primer peldaño de una escalera que nos acercaba a Dios, al comportamiento moral. No podemos ser buenos cristianos mientras sigamos infligiendo dolor, nos cuenta en su ensayo.

Si substutuimos a Dios por la ética, tendremos igualmente el mismo camino que recorrer, la misma escalera que subir: la de la empatía.

Empatía hacia aquellos otros «yoes» que malviven y mueren para alimentar, divertir y servir al ser humano.

126 años y la petición de aquellos que han bajado las armas sigue siendo la misma: respeta al otro, ponte en su piel y establece una relación que no implique la sumisión ni la muerte.

126 años y nos seguimos preguntando ante la barbarie «¿No hay nadie que responda por esto?». Sí, se empieza a responder, pero muy poco, a nadie le gusta reconocerse verdugo.

Hay que seguir mostrando al mundo lo que se oculta tras las paredes de los mataderos, los cristales de los acuarios, las telas de las carpas de circo, las rejas de los zoos. Porque detrás de cada muro, hay un yo.

Artículo de Silvia Esteve