Eppur si muove

 

«Observa atentamente la naturaleza y entonces lo comprenderás todo mejor» Albert Einstein

 

El 99,5% de seres vivos en el planeta son plantas, llevan en la tierra desde casi sus inicios y sin ellas no sería posible nuestra existencia.

Ni nuestra poesía, ni nuestros cálculos, ni nuestros dioses dan vida y la sostienen como ellas lo hacen. Y, sin embargo, las consideramos seres simples, casi inertes, carentes de inteligencia. Nada más lejos de la realidad.

Stefano Mancuso, neurobiólogo experto en el mundo vegetal, las rescata de su olvido y menosprecio tanto científico como social y vuelve a situar a estos maravillosos seres en el lugar que les corresponde.

Tendemos a ignorar y menospreciar lo que no entendemos, lo que es diferente a nosotros. Las plantas no se mueven, no se comunican, no sienten… Decimos y pensamos.

Nuestras máximas ignorantes sólo sirven para volver a colocar al ser humano, no como la especie más perfeccionada, sino como la más prepotente.

» Bienaventurado el que vuela sobre la vida y comprende sin esfuerzo el lenguaje de las flores y de las cosas mudas» decía Baudelaire en sus Flores del Mal. No hay seres más evolucionados que otros. No es una competición. La vida se adapta, como nos explicó Darwin, y el éxito de las formas de vida yace en la mejor adaptación. La inteligencia es la capacidad de resolver problemas de una manera efectiva.

Recordando esto, volvamos ahora al dato aportado en el inicio del texto: el 99,5% de seres del planeta son plantas. Y ellas han sobrevivido creando, no destruyendo.

En las dos obras que hoy nos ocupan, Sensibilidad e inteligencia en el mundo vegetal y El futuro es vegetal, Mancuso nos explica la compleja realidad de estos seres. Las plantas no están sólo dotadas con los mismos cinco sentidos que nosotros, sino que cuentan con quince más. Son seres capaces de comunicarse entre ellos y con las otras especies, hasta pueden llegar a controlar el comportamiento de otros animales.

Al leer la obra de Mancuso uno queda maravillado, pero no sólo eso sino que nos sentimos también indignados al saber que todo este conocimiento no es actual. Grandes científicos como Darwin, Linneo o Goethe ya nos dejaron por escrito que las plantas son seres complejos y sorprendentes.

De hecho el experimento que demostraba la capacidad de las hojas de varias especies para captar imágenes fue realizado por Gottlieb Haberlandt en 1905. Lo que podría explicar la capacidad de la Boquila Trifoliata de imitar las formas de las hojas de otras plantas.

En otros estudios recientes también se ha podido ver como algunas acacias administran, vía el néctar, una sustancia que engancha y controla a las hormigas para que hagan de «guardianas» de su planta. La dosis de esta sustancia es regulada por la acacia según necesite más acción de las hormigas o menos.

Mancuso nos va dejando sin palabras a medida avanzamos en las lecturas. Ambos libros deben ser leídos conjuntamente, pues están íntimamente ligados.

En El futuro es vegetal, tal y como ya nos avanza el título, veremos como el equipo del científico italiano está ahora investigando cómo aprovechar esta sabiduría de las plantas para mejorar nuestro deteriorado mundo.

Desde la construcción de prototipos robóticos que imitan las raíces de las plantas y que servirán para evaluar los suelos de otros planetas, hasta el proyecto de la Jellyfish Barge, un huerto flotante que no necesita agua de riego ni energía externa, que no sea el sol, para cultivar plantas comestibles.

Eppur si muove. Gracias a la recuperación de estudios antiguos y a las nuevas investigaciones otra revolución científica está a punto de canviar nuestra manera de ver el mundo vegetal.

Lo que nos debe llevar, no a un puro aprovechamiento de ese conocimiento, sino a la comprensión de que somos solo una pequeña parte de este planeta. Y de ningún modo la más perfecta.

 

Sílvia Esteve

Ambas ediciones de Galaxia Gutenberg

desÀrtic: arte contra el cambio climático

«Lo único que impide a Dios enviar un segundo diluvio es que el primero fue inútil» Nicolás de Chamfort

 

«Las peores previsiones apuntan a que en 2025 pueda haber veranos sin hielo en el Ártico» apunta Pilar Marcos de Greenpeace en la presentación de desÀrtic, la exposición que han organizado conjuntamente con siNesteSia y Centre Cívic Sagrada Familia.

¿El Ártico sin hielo? Sí, un ártico sin hielo, y sin las vidas que a él van ligadas.

Descongelarnos. Descongelar nuestros corazones, desescarchar nuestra mirada. Esa es la intención de la muestra artística desÀrtic. Comisariada por Montse Pérez, creadora del espacio de arte siNesteSia y comisaria también de la muestra solidaria contra el maltrato animal El Venadito, desÀrtic ha unido a 60 artistas que con sus obras denuncian y evidencian la situación del polo norte. El 20% de cada venta irá a la ong ecologista.

En pequeños rectángulos de 15x15cm cada artista ha depositado su mensaje de SOS. Si el barco del ártico se hunde, nos hundimos todos. Como nos comenta Montse Pérez «buscaba realizar una muestra muy homogénea, con obras que compartiesen tamaño y temática, para poder partir de la idea de que el Ártico somos todos».

El Ártico somos todos. No es «de» todos. Hay que eliminar la propiedad. No nos pertenece, ni nos sirve. Somos una especie más del planeta. Nuestro egoísmo, nuestras ansias de posesión solo hacen que contribuir a su muerte y degeneración.

Gema Labayen nos lo explica perfectamente en su obra Aprovecha el deshielo. Una de las grandes miserias de la especie humana es que le pone precio a todo. Todo se vende. Incluso la destrucción. Si empezáramos a vivir la vida y no a poseerla, todavía tendríamos la compañía de muchas de las especies a las que hemos aniquilado.

Especies. Allí, en la distancia. Las palabras pueden construir muros muy altos. Si pensamos en la especie del zorro polar, quedamos lejos, muy lejos de él. Las taxonomías, las clasificaciones, nos ayudaron a ordenar el mundo, pero no a empatizar con él. Yo humano te doy nombre, y en ese nombrar nos atribuimos en cierta manera su creación. El problema es que en nuestra particular «creación del mundo» en el séptimo día no descansamos y admiramos aquello creado, en el séptimo día empezamos a destruirlo. A destruirnos.

«El mal gana cuando los buenos no hacen nada» dijo Edmund Burke. Hagamos pues, sigamos haciendo, algo.

Más de 8 millones de personas han firmado ya el manifiesto de Greenpeace para salvar el Ártico, petroleras como Shell han abandonado sus prospecciones, y se han creado moratorias de pesca. Pero el Ártico sigue en peligro. Otras muchas empresas planean su explotación. Es hora de declarar el Ártico zona protegida.

«Feliz Navidad» de Iribú, nos encara con este oso polar, que recoge entre sus dientes una postal. Un gran oso que hace equilibrios en el pequeño trozo de hielo que le queda. Les hemos dejado las sobras del planeta. Lo que queda. Obligando a animales tan majestuosos como los osos a mendigar comida.

Y eso sin casi poner un pie en sus tierras. La aniquilación de este ecosistema está siendo en gran parte a distancia. Mi día a día, y el tuyo, contribuyen a su desaparición. Nuestro consumo les consume.

Al fondo de la sala, el video de Ludovico Einaudi nos acompaña en la visita. El músico navega con su piano por las aguas del Ártico, poniendo banda sonora al deshielo. A un final anunciado. Si no quieres que su música sea un réquiem por el Ártico, actúa. Descongélate, para congelarlo de nuevo. 

 

Silvia Esteve

Más info sobre la exposición y sus actividades

Foto de portada: «Vulnerable» de Teresa Such

Gatetes al poder: arriba la 6a edició del We Love Cats Market

 

L’any 2012 la Vanessa Carrasquilla i la Muntsa Casas van crear El We Love Cats Market amb la intenció d’ajudar els gats abandonats de Barcelona. De formació periodística, tant la Vanessa com la Muntsa compartien dos amors: els gatetes i l’artesania, així que van decidir fundar aquest mercat benèfic anual de creadors artesans locals. «Des d’aleshores, hem donat ja prop de 8.000€ a les entitats que cuiden i vetllen per la seguretat d’aquests animals», comenten les dues organitzadores. Les associacions afortunades han estat: El Jardinet dels Gats, UB Gats, Universigats, Gats de Gràcia i Gats lliures del Poblenou. L’entitat escollida aquesta edició és Rescat.

Per tal de poder recaptar diners per l’entitat gatera i alhora pagar les despeses d’organització, cada artesà paga una quota de participació de 130€. També es fa una rifa solidària en la que es sortegen alguns dels productes de la mostra. A més la bossa oficial del mercat está a la venta per 5€ i aquest any ha estat dissenyada per l’artista Dianayr.

Els beneficis de les ventes de les diferents paradetes són pels artesans i cal destacar que l’organització no té beneficis econòmics.

La llista dels artesans de l’edició 2017 és molt llarga i variada. Al mercat podem comprar roba, joieria, pintura, joguines, inclòs hi podem dinar i berenar. Us deixem l’enllaç per tal que pogueu mirar quins creadors podreu trobar i així anar fent boca del que veureu el cap de setmana: artesans

Com a novetat d’aquesta 6a edició, el mercat comptarà amb un stand del CAACB on es podrà demanar informació sobre els gats que estan al refugi esperant ser adoptats o que cerquen cases d’acollida.

«El hombre es el animal más peligroso»

«Nunca podremos preservar todas las cosas buenas de la humanidad sin proteger también las cosas buenas pero no humanas: lo salvaje.» H.D. Thoreau

 

Nos encontramos con Tippi Degré después del visionado del documental El viaje de Unai proyectado en CosmoCaixa en motivo del Festival de Cine de Medio Ambiente. El film nos cuenta la preciosa experiencia que viven Unai, un niño de 9 años, y su familia al recorrer el mundo fotografiando animales.
Tippi, la responsable del Petit FICMA y cuya infancia transcurrió en Namibia, rodeada de naturaleza, se emociona al ver estas imágenes. La hacen regresar al lado de Abu, su amigo elefante, J&B ,el leopardo, y sus otros compañeros de aventuras. Y es que Tippi no sólo lleva África en el corazón, sino en su propio nombre. «Okanti» su segundo apelativo significa mangosta.
Ella no tenía una granja en África, como Isaak Dinesen, pero tuvo algo más importante: su infancia.

 

 Despues de ver la peli de Unai, ¿cómo te sientes?

 Me he enamorado del niño (ríe). Me he emocionado mucho, sobre todo viendo la relación que tiene con su hermana y la armonía que desprendía la familia, fuera el lugar que fuera en el que se encontrasen. Creo que Unai es un espíritu libre, como yo.

Yo era hija única, no pude compartir con otro hermano lo vivido. Al ver estas imágenes siento nostalgia. Sobre todo al recordar a mi padre, al que perdí en agosto.

El documental de Unai me da esperanza, al ver que otros niños disfrutan lo mismo que yo disfruté al conocer este tipo de vida. No soy la única: con él hay otro ejemplo a mostrar.

En el caso de Unai, vemos como él parte de occidente para ir a conocer otros países, culturas… De la «ciudad» hacia lo «salvaje». En tu caso es diferente, naciste en Namibia, rodeada de naturaleza y a los 10 años os trasladasteis a París…

El caso de Unai nos permite ver lo fácil que es para los niños adaptarse a la vida real, no existir por existir, sino vivir realmente la vida. Si hay amor, puedes hacerlo todo. La vida que ellos viven durante el viaje es como deberíamos vivir, la vida normal que deberíamos tener. Lo contrario es lo que no es normal.

Mi esperanza es que las futuras generaciones no deban escoger una cosa o la otra, sino que puedan conocer ambas, vivir ambas, amar ambas.

Quizá no deberíamos hablar de «cambiar» el mundo sino transformarlo, adaptarlo. Que pudieras combinar ambos mundos. No todo lo que nos ofrecen las ciudades es malo. Espero que se desarrolle el conocimiento suficiente para hacer compatibles ambas realidades en nuestro día a día. La ciudad nos aporta encuentros maravillosos entre los humanos y la naturaleza te hace ser quien realmente eres, aportándote paz y sabiduría.

Deberíamos ser una generación híbrida.

¿Cómo lo has hecho tú? ¿Cómo ha sido tu adaptación?

He luchado y sufrido mucho. Tampoco tuve elección. Volver ahora a tener ese tipo de vida libre sería un lujo, así que no he tenido más remedio que adaptarme a mis actuales circunstancias . Tenía que estudiar y empezar mi vida «normal» de adolescente.

Podría haber tenido esa vida ahí mismo, pero al separarse mis padres todo cambió. Así que no tuve otra opción. Si la hubiese tenido quizá me hubiera quedado allí.

Por otro lado estoy orgullosa de haber entendido los dos mundos y de poder tener esa visión más abierta y en modo «zoom out» de la situación. Agradecida también de haber podido tener esta vida y conocer todo lo que he conocido.

Debemos entender que no estamos solos y debemos dejar espacio para los otros: humanos, animales, plantas… todos los seres vivos y las criaturas del cosmos. Debemos convivir unidos.

A mi modo de verte, creo que eres como una embajadora de la naturaleza, de lo que queda de ella, pero que esta posición te ha convertido en parte en prisionera… Tienes ganas de volver a tener esa vida, pero sabes que aquí puedes defender mejor el mundo natural, tienes un objetivo…

Si ahora decidiese volver a Namibia yo sola, no serviría de mucho. Prefiero utilizar esa niña que fui y lo que viví para defender aquello que es más grande que yo. El objetivo es más importante que yo misma.

Mi intención es sensibilizar, ser parte de algo más grande. Crear mi propia fundación. Y transmitir este amor por la vida en general. Ir más allá. Más allá de la rabia y la pena, y sacar provecho de lo que aprendí.

Sí que es verdad que a veces sientes rabia y frustración, pero debes confiar y seguir luchando y creer que los humanos podemos cambiar, evolucionar. Aunque sepas que ese cambio puede llegar cuando tú ya no estés.

Todos tenemos un propósito que nos hace diferentes de los demás. Puedes hacer grandes cosas desde tus pequeñas acciones, siendo sincero y siendo tú mismo.

Hablando de comunicar… ¿Cómo lo hiciste para aprender a «comunicarte» con los niños de tu edad cuando volviste a París? Estabas acostumbrada a otro tipo de comunicación mucho más directa y sincera, con tu familia y tus animales…

Me sentí como una extraterrestre, pero como soy muy sociable lo manejé. Aunque había muchas cosas que no entendía, sobre todo la maldad de la gente. La poca coherencia de la personas. Supongo que es lo mismo para todos en el fondo, cuando cambiamos de ambiente.

Debes aprender a fiarte de tu instinto y también entender que no todo es blanco o negro. Lo importante es poder encontrar tu lugar en el mundo. Yo sufrí, y sufro mucho, porque no encontraba donde pertenecía o qué quería.

Dejas Namibia a los 10 años. Perdiste tu hogar y tu infancia en el mismo momento…

 No tuve tiempo de decir adiós. Todo fue demasiado rápido. No tuve mi tiempo de duelo por esa vida perdida. De hecho no he vuelto a sentir esa conexión que tuve con la naturaleza.

En ese momento perdí mi vida, no sabía quien era, no me ubicaba. Los otros niños no podían comprender bien mi situación, así que fui yo la que se adaptó. Cuando te enfrentas a tu lado más oscuro, a tus miedos, es cuando mejor puedes conocerte y saber también qué quieres hacer o qué no quieres hacer, lo que es realmente más fácil. Tambien sentir, ya no geográficamente sino más espiritualmente donde perteneces.

Cuando eres niño sigues tu instinto, vives el presente. Al crecer y mirar hacia atrás, al ser consciente de tu pasado, luchas contra tus miedos. Lo que viví fue un sueño, un sueño que terminó y nunca podré volver a vivirlo. Aunque volviera, yo soy diferente, el país es diferente, todo ha cambiado.

Pero volviste…

Si, unos años más tarde. Por trabajo. Pero no fue lo mismo. Quiero volver pero todavía no es el momento. Incluso te diría que tendría que ser un viaje que realizara sola.

Durante muchos años fui una persona muy negativa. De hecho, corté toda relación con la naturaleza, probablemente para evitarme el dolor, no podía encontrar el término medio, aunque estuviera en el campo.

Tenías un vínculo de amistad con tus animales. Estas relaciones eran únicas. No era sólo no estar con animales sino que perdiste a tus amigos…

Si, la relación con ellos es lo que perdí. Aunque he podido aprender a ver lo interesante en todas las especies. Una vaca no es menos interesante que un león, cada uno tiene su propia personalidad. Pero sí es verdad que ese tipo de relación que tuve con ellos no se ha vuelto a repetir. Es como con los humanos: puedes conocer muchos pero solo tener unos pocos amigos.

Ahora vivo en un apartamento en París, donde convivo con mis periquitos, aunque no me siento orgullosa de tenerlos en jaulas. Me encantaría convivir con un perro pero es muy difícil en mi ciudad. Si tengo la ocasión me encantaría residir en Barcelona, es una ciudad que me encanta y en la que me siento segura y cómoda. Creo que tiene cosas que me gustan mucho más que Francia. Sois mucho más empáticos, amables, sociables.

Hablando de ciudades, supongo que cuando regresaste de África a París, debiste sentirte como cuando un parisino va a África, ¿no? En el sentido en que lo que nosotros vemos peligroso para ti era lo normal…

(Ríe) Sí, totalmente, como cuando los aborígenes pisan la ciudad que dicen: «¡Estáis todos locos»! Ves los árboles metidos en cemento y piensas «¿qué es esto?»

¿Y a nivel higiénico?

La ciudad me parece muy sucia, soy muy maniática con los olores. Me encanta poder oler y en las ciudades esta posibilidad no existe. Quieres oir pájaros… Echo de menos ver el cielo… Me siento atrapada en el apartamento. Las calles me parecen tan estrechas… Debería ir más a los parques pero no hay tantos como aquí. De hecho, como te contaba, me encantaría vivir con un perro en mi ciudad pero, ¡¡¡están prohibidos en todas partes!!!

¿Cómo llevas la concepción del tiempo europea? El estar pendiente de unos horarios, de una agenda…

Me paso el día estresada. No por vivir en París, que ya es mi ciudad, sino más por el ritmo de vida. Me cansa y no es bueno para la mente. Algunas veces me rebelo. También me agota el hecho de tener que estar pendiente de estar bien con la gente. Soy muy sensible y me he sentido muy angustiada por intentar estar bien con todo el mundo. Cuando tienes este nivel de empatía es difícil lidiar con el resto de humanos. Pero debes aprender a moverte entre ellos, entre las personas peligrosas, como hice en mi tierra natal con los animales.

Tampoco creo que haya personas malvadas de nacimiento, es el miedo y el sufrimiento lo que las transforma. Estoy aprendiendo todavía a conocer al ser humano. Procuro no juzgar rápidamente y ver que no siempre tengo razón y que puede ser que me equivoque y sea yo la que deba rectificar.

La vida es esto, aprender, moverse, descubrir, equivocarse. He vivido muchas cosas en muy poco tiempo. A veces tengo la impresión de haberlo vivido todo, pero no es así.

Quizás ahora estamos aprendiendo, descubriendo en cierta manera, que los seres humanos no somos el centro del mundo, que somos un todo y no hay figuras más importantes que otras…

Correcto, estamos aprendiendo a tener en cuenta a todos los demás.

El Petit FICMA te permite estar en contacto con el mundo de los niños…

Sí, es muy especial. Los niños lo ponen todo al mismo nivel, no hay diferencias entre ellos y los animales, no hay superiores ni inferiores. Son más espontáneos, sinceros. Cuando creces, todo cambia: chocas con tu ego y los otros egos.

Los animales esto no lo tienen, pueden ser agresivos pero no malvados. En ellos puedes confiar, a diferencia de los humanos. Lo que al mismo tiempo te transforma a ti mismo, tienes miedo, quieres controlarlo todo.

Lo bueno de Petit FICMA es que es una actividad familiar, nos acercamos a los niños y a sus padres. Es un cambio que viven conjuntamente, desde el corazón.

¿Para ti es el humano la especie animal más difícil de conocer y de tratar?

 (Ríe) ¡Sí, es la más peligrosa! El ser humano es una especie con mucho miedo y eso le lleva a tener conductas muy peligrosas.

¿Cómo comunicas el amor hacia los animales? Sobre todo cuando intentamos visualizar los maltratos más comunes, como los que sufren los animales destinados al consumo…

Procuro no señalar a nadie. Intento ponerme en su piel y entender por qué están actuando como lo están haciendo. La mayoría de las veces suele ser falta de información. Así que nosotros, como mis compañeros de FICMA, debemos ser los mensajeros, los que transmitimos y enseñamos las realidades que desconocen otros.

El mensaje es importante pero lo que debemos intentar es que cale, llegue y se quede. La clave está en cómo transmitimos este mensaje para que perdure.

¿Cuáles son tus proyectos ahora?

Participo en diferentes asociaciones, según voy conociendo a gente y vamos trabajando juntos. Junto a otros compañeros he fundado AWA Animals, un proyecto educativo que pretende, vía las imágenes, concienciar sobre la sostenibilidad de nuestro planeta. También soy miembor de TAAC (The Animal Alliance Channel).

Estudié Cine y Audiovisuales, donde me especialicé en la parte técnica y luego he realizado más formaciones en diseño web. Creo que la clave de la comunicación se encuentra hoy en comunicar bien desde internet. Espero poder realizar documentales, pero todavía estoy preparándome. También quiero crear mi propia fundación. Debo encontrar mi momento y mis fuerzas. Es todo un proceso.

Mi vida de niña fue un regalo precioso y creo que de alguna manera el sufrimiento de perderla ha sido el precio a pagar por haberla vivido. Debo superar esa etapa y ver que el regalo que me hicieron mis padres lo puedo utilizar a mi favor para crear algo más grande.

Es el mensaje lo que quiero transmitir, no vender mi vida ni mi imagen. Lo que ellos me dieron, ese pasado en África, es lo que quiero utilizar para construir mi futuro. No me interesa que me conozcan a mí, sino lo que quiero explicar. Sólo así podré ayudar a crear ese futuro que una y respete ambos mundos.

 

Sílvia Esteve

Sólo protegemos lo que amamos y sólo amamos lo que conocemos

 

Necesito del mar porque me enseña:

no sé si aprendo música o conciencia:

no sé si es ola sola o ser profundo

o sólo ronca voz o deslumbrante

suposición de peces y navios.

El hecho es que hasta cuando estoy dormido

de algún modo magnético circulo

en la universidad del oleaje.

No son sólo las conchas trituradas

como si algún planeta tembloroso

participara paulatina muerte,

no, del fragmento reconstruyo el día,

de una racha de sal la estalactita

y de una cucharada el dios inmenso.

Lo que antes me enseñó lo guardo! Es aire,

incesante viento, agua y arena.

Parece poco para el hombre joven

que aquí llegó a vivir con sus incendios,

y sin embargo el pulso que subía

y bajaba a su abismo,

el frío del azul que crepitaba,

el desmoronamiento de la estrella,

el tierno desplegarse de la ola

despilfarrando nieve con la espuma,

el poder quieto, allí, determinado

como un trono de piedra en lo profundo,

substituyó el recinto en que crecían

tristeza terca, amontonando olvido,

y cambió bruscamente mi existencia:

  di mi adhesión al puro movimiento.

                                                         Pablo Neruda, El mar

 

 

Si Thoreau nos pedía volver al bosque, la familia Cousteau y todo el equipo del documental Las maravillas del mar, nos piden retornar, no tanto física, sino más bien emocionalmente, a la que fue y es la cuna de la vida.

Ficma, el Festival Internacional de Cine de Medio Ambiente, ha abierto su edición número 24 con este emotivo y bellísimo film. Dirigida por Jean-Michel Cousteau y producida por Arnold Schwarzenneger y los hermanos Mantello, Las Maravillas del Mar, nos lleva de viaje por los océanos de la mano de la dinastía Cousteau.

Fiji, Nassau, el Mar de Cortés en la baja California… son algunos de los lugares maravillosos a los que esta tripulación nos llevarán, surcando los mares en busca de belleza. O de lo que queda de ella, dado que en el mar cada vez hay más plástico que peces.

Todavía recuerdo cuando de pequeña veía los documentales de Jean-Jacques Cousteau. Cómo me maravillaban, cómo lograban transmitir esa sensación de amor por el mar, por los oceános, por sus animales. Gracias a sus obras fuimos cómplices de la vida que alberga el gran azul. De sus vidas.

«Sólo protegemos lo que amamos» decía el capitán del Calypso. «Sólo protegemos lo que amamos» repite su descendencia.

Y a medida que van fluyendo los fotogramas, nosotros, los espectadores, volvemos a enamorarnos de ese mar y a recordar que es nuestro deber protegerlo. Mirando absortos las imágenes en 3D de los «gusanos árbol de navidad», pienso, ¿podrán mis hijos seguir viviendo en un planeta con tal riqueza? No solo lo deseo y se lo dejo a la suerte, sino que me uno a la lucha por su derecho a existir.

Gusanos árbol de navidad

Mientras admiramos el movimiento de las anémonas, la danza de los tiburones, las batallas de los cangrejos pienso en la incongruencia de nuestra especie, capaces de imaginar dioses abstractos e incapaces de venerar a la naturaleza como a uno.

Una explosión de colores y formas nos inunda. Y las lágrimas, saladas como este mar que ahora me habla, no pueden sino caer. En un mismo momento somos conscientes de la existencia de la mayoría de estos seres y de su destrucción.

100 millones de tiburones son asesinados cada año. Miles de millones de residuos son vertidos en los oceános, flotas enteras persiguen a nuestros hermanos, clavando en su piel arpones de acero.

Hace ya mucho que declaramos la guerra a nuestro origen. A los bosques, al mar, hasta a los desiertos. Pero por suerte también declaramos la guerra a esta destrucción.

Una lucha construida desde la paz, desde el corazón. Una lucha cuyas armas son el conocimiento y el reconocimiento de lo que nos rodea. Donde lo más afilado son las palabras. Donde la puntería está en los buenos argumentos.

Pero a la sinrazón, a la intolerancia, a la rabia, a la destrucción no se las debe ganar, sino transformar. Sólo así seremos un único bando, el que lucha por la naturaleza, por todos sus seres.

Las imágenes de ese mundo que nos parece lejano y sumergido llegan hoy a nuestras pantallas, a nuestros hogares para decirnos que todavía están ahí, ¿pero hasta cuando? o como Jean-Michel Cousteau se pregunta en el documental al reencontrarse con los tiburones martillo «¿será esta la última vez?»  No, que sea la primera de muchas. Miremos al mar y como nos dice Neruda:

substituyamos el recinto en que crecían

tristeza terca, amontonando olvido,

y cambiemos bruscamente nuestra existencia:

demos nuestra adhesión al puro movimiento.

 

Sílvia Esteve